7.11.06

Los extraños


Miraba por la ventana cuándo era la hora de su llegada. Y lo veía acercase sin que él supiera que estaba siendo observado. Él caminaba con sus pasos largos y mirada perdida, como lo estaba la de ella, en él. Apenas abría la puerta ella corría a la mesa y abría el libro donde lo había dejado el día anterior. Lo saludaba distraída, leía un rato y después preparaba la cena.
“Siempre ocupada, indiferente, misteriosa, interesante”. Él lo decía, y ella satisfecha sonreía. Una vez, y la que le siguió, y la que le siguió.
A la madrugada ella se despertaba un rato entre las cuatro y las cinco de la mañana. Se sentaba en la cama para verlo dormir, lo acariciaba con suavidad, y susurraba las mismas frases en sus oídos. Cinco y media sonaba el despertador de él. Se levantaba y veía que ella aún dormía. La dejaba dormir mientras empezaba a prepararse para ir a trabajar. Ella después se levantaba y también se preparaba. Peinado, maquillaje, accesorios. “Siempre coqueta aunque no lo necesites. Sólo para estar todavía más linda”. Ella sonreía. Seis y media se iba y ella quedaba sola en la casa. Casi no salía. Si lo hacía era para hacer compras de cosas que fueran para la limpieza o la comida. Leía sólo para sentir que hacía algo por ella. Pero leía sin pensar, sin que se produjera la magia de ir a otro lugar. Por el contrario estaba cada vez más encerrada. Cada día la casa más chica, con menos rincones, con menos espacios para ser llenados. Pero el amor, el amor lo llenaba todo, el amor se lo llevaba todo.
Él trabajaba de empleado. Llegaba cansado pero sonreía al verla a ella leyendo en la mesa de la cocina. Tardaba en interrumpirla y cuando lo hacía era para contar alguna de sus anécdotas divertidas. Historias de los compañeros de la oficina, sucesos insólitos en la calle, personajes extravagantes que hablaban otro idioma. Todos con un desenlace cómico que él contaba con entusiasmo haciendo la historia mejor de lo que era. Y ella reía. Con ganas, sincera. Se le llenaba el alma. Y aquellas dudas, que aparecían de vez en cuando, sobre si aquellas anécdotas habían sucedido realmente, se evaporaban en el momento que la risa brotaba de su boca. Verlo a él, sonreír, con su hermosa sonrisa, hablarle entusiasmado de aquellos personajes. Si eran inventados mejor, significaba que incluso imaginaba y mentía para hacerla reír, porque verla bien lo hacía feliz.
Una noche no le contó ninguna anécdota. Extrañada se acercó lentamente a él, y lo halló escribiendo en un viejo cuaderno de notas abandonado años atrás. Escribía fervientemente. Escribía. No dejó que ella lo leyera. Ella aceptó la prohibición y aguardo paciente que aquella inspiración pronto se marchara un día así como había llegado a él. Pero no. Comenzó a dormir menos y escribir más. Ella también dormía menos y ya no se despertaba para verlo dormir. Ya no fingía leer cuando él llegaba. Ya no había anécdotas, ni personajes extravagantes.
Se sintió mal. Bronca, impotencia, desgano. No se arreglaba por las mañanas. No lo consideró necesario. Había algo perturbador en la casa, pero no se daba cuenta que era exactamente.
Una noche, en que vio que él se había quedado dormido sobre la mesa, le acarició la cabeza y de pronto escuchó un golpe sordo que provenía de su cuarto. No quiso despertarlo. Subió sigilosa la escalera de mármol que llevaba a la habitación y encontró la puerta entreabierta. Se paró detrás sin hacer el menor sonido y escucho risas que provenían de adentro. Risas, y luego voces, y más risas, y luego gritos. Bajo corriendo las escaleras y lo despertó desesperada. “Hay gente en la casa” dijo en un susurro. Ambos subieron las escaleras, él abrió la puerta de la habitación y entro, ella se quedo afuera esperando. “No hay nadie” fue lo que dijo al salir. Ella entro bruscamente, efectivamente la habitación estaba desierta. “No puede ser, te juro que los oí”. Tenía los ojos empañados de lagrimas, avergonzada.
La noche siguiente ella estaba en su habitación y escucho gente en el comedor. Bajó corriendo las escaleras, pero solo lo encontró a él.
- ¿Con quién hablabas?
- Con nadie. No hay nadie. ¿Estas bien?
- Te escuché, a vos, y otras voces. No me mientas. ¿Sos vos el que miente? ¿Ayer los escondiste? ¿Vos los conoces?
Cada palabra sonaba cada vez más absurda en su boca, y ni siquiera esperó una respuesta. Nerviosa volvió a su cuarto mientras él seguía con la mirada como subía tambaleando la escalera quizás con la sensación que podría tropezar con cualquier escalón debido a su fragilidad.
Pasó una tercera noche, y una cuarta. Voces, ruidos, pisadas, bullicio.
El quinto día, él volvió de su trabajo y ella lo esperaba en la cocina. Él entro y se sentó a su lado.
- ¿No preparaste la cena?
- No.
- Hace mucho que no lees.
- Hace mucho que no me contas nada del trabajo, ni de nada.
- No hay nada nuevo que contar. Todo es como siempre. Nunca pasa nada interesante, en realidad nunca paso nada interesante.
- Ya lo sé- le sonrío y se le acerco al principio lentamente, con cierta desconfianza por las dudas de las noche anteriores, de los episodios de la gente en la casa, pero luego recordó en él a aquel hombre que la enamoró, entonces se acercó a aquel hombre y lo beso. - hace mucho que no pasa nada, ¿no?
Él sonrío incomodo
- Voy a escribir un rato.
Y el rato fueron horas. Esta vez ella no se acostó, no quiso hacerlo, mientras él escribía en el comedor ella se quedo en la cocina. Era la madrugada y fue a verlo. No estaba en el comedor. Sobre la mesa aún estaban sus papeles escritos fervorosamente. Subió la escalera hasta el cuarto, abrió la puerta y ahí los vio. Él acostado en la cama matrimonial con una extraña. Una extraña en su casa, en su cama. Desesperó. Cerró la puerta con un golpe y bajó corriendo las escaleras. No sabía que hacer. Las volvió a subir, volvió a abrir la puerta y ella no estaba. Lo encontró a él solo. Le pidió explicaciones pero no obtuvo respuesta. Él la miraba sin poder decir nada, apenas entendiendo las palabras que ella decía. Volvió a bajar las escaleras y se sentó junto al fuego de la chimenea. El fuego. De pronto tuvo una imagen en su cabeza y esbozó una sonrisa. Se acercó a la mesa y empezó a agarrar los papeles escritos a mano de él. Quemó uno por uno. Viendo como el fuego los convertía en cenizas. Una a una las hojas se deshacían frente a sus ojos. Estaba cansada, pero aún quedaban muchas hojas por quemar. Comenzaba a dejar hojas en el cuelo quemándose y a agarrar otras para acelera el proceso. Veía como el fuego quemaba las letras de tinta azul una a una. El fuego que pronto invadía más territorio y que reducía a cenizas todo lo que encontraba a su paso.
La mañana siguiente los bomberos encontraron la casa totalmente destruida. Hallaron en ella dos cadáveres. El de un hombre en lo que había sido una habitación, y el de una mujer, en lo que alguna vez fue el comedor de aquella casa. En el suelo, entre las cenizas, un papel de su puño y letra escrito la noche anterior:
“Sobre todo lo que se oponga, incluso vos. Sobre todas las verdades y significados. Por sobre metáforas incomprensibles, melodías absurdas, besos robados. Por sobre palabras dichas y no dichas, sonrisas forzosas y llantos falsos. Por sobre todo. Te amo.”

1 Comments:

Blogger qïp said...

Y hola por aquí también :-D

¿Los dibujos son tuyos? Se parecen a los que hacía García Lorca.

¿Y los textos? Cuéntame más sobre ti y lo que creas.

Supongo que eres Argentina, ¿no?

Besos desde el otro lado del Atlántico.

6:06 a. m.  

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