25.10.07

Vodka

Pasos lentos. Levanta el tubo del teléfono y escucha el mensaje. Una, dos, tres veces, hasta poder recordar las pausas y tener la capacidad de reproducir el mensaje mentalmente. Memoria auditiva, sensorial, como la de recordar el gusto de su piel, de sus labios, el ritmo de su respiración cerca de su cuello. Recuerdos de los gestos y palabras, de las calles, las veredas, recuerdo del pasto, del cielo, de su cuerpo sobre el suyo, ver las nubes por sobre su cabeza, de sus ojos dilatados. Y de pronto recuerdo inmediato del mensaje estúpido, que se reproduce solo, ahora se reproduce una y otra vez y no puede pararlo. Un vaso de vodka, dos, tres, cuatro. Media botella de vodka importado. Las dos de la madrugada, y luego las tres, las cuatro, las cinco. Casi amanece, y ese casi implica que aún está oscuro, aún todo es turbio, borroso, doble, triple, cuatro veces la habitación, cuatro veces la cama sola, vacía, repetición innecesaria, como si no bastara con verlo una vez.
Llegó a las cinco y media de la madrugada, quejándose de mi olor a alcohol, del desorden de la casa. Intenté decir algo pero mis palabras eran torpes, como gemidos irreconocibles, las letras de mi vocabulario ahora aplastadas, agolpadas unas con otras hasta convertirse en un sólo tono. Preparé café. Acerqué con cuidado las dos tazas, le puse enfrente la suya y lo observe como si nunca en mi vida hubiera visto a alguien tomar. Con una sensación extraña, mezcla de debilidad y poder, tomé la mía de un sorbo quemándome sin que eso me importara. Lo miraba haciendo un esfuerzo por no quitarle la vista de encima un solo segundo, como si en ese segundo pudiera demostrar un cambio físico de suma importancia, algún gesto, indicio. Lo miré a pesar de no poder mantener mi vista fija, a pesar del mareo, pensé en su boca y en el vodka, los cigarrillos, las drogas que se inhalan. Miré su cuerpo imaginando de que modo el veneno se expandiría por él. Imaginé, como si fuera un cuadro surrealista, un humo negro que se expandía, y la sangre roja de sus venas volviéndose negra, y luego las venas estallando, el corazón latiendo muy lento, o muy rápido hasta detenerse. Me pregunté si en algún momento él tendría conciencia de lo que estaba sucediendo, si tendría el instante de saber que iba a morir antes de hacerlo; y me pregunté si en ese instante tendría tiempo para decir algo, y si era así que me diría, unas palabras que resumieran su existencia, las últimas, las únicas que le quedaban. ¿Le quedarían palabras cuando ya su cuerpo estuviera a punto de dejar de funcionar?
Comenzó a notar que yo lo miraba y pareció sobresaltado, luego los ojos desorbitados, algunos balbuceos incomprensibles. Me miraba con unos ojos brillosos, parecía querer hacer algo y no poder, haberse quedado paralizado, quizás incluso alentados los pensamientos. Me extendí hacia él como un impulso que él respondió tomándome en sus brazos y apretándome fuerte contra él. Dejé que me sostuviera, con los ojos llorosos miré mi taza de café y fui cayendo como en un desmayo lento, perdida progresiva de la conciencia, vi el humo negro estallando mis venas y dejé de respirar.
La cama vuelve a ser una, sola, vacía. Amanece.