3.12.07

No se repite


Claro, no se repite. Y ella con la insistente caprichosa predisposición natural a enamorarse. A mirar y imaginarse tan bien juntos. Y lo piensa ansiosa cuando no duerme, cuando se despierta en la noche y no duerme hasta que amanece. Cuando cantan los pájaros afuera y la habitación se ilumina, pero con esa luz débil de sueño, cuando corre una brisa que hace pensar en cosas que parecen profundas, momento de conclusiones innecesarias, pero que parecen imprescindibles. Revuelve la comida mientras la piensa. Y después lo deja, almorzar sola sí es prescindible, se puede no comer, las horas pasan igual y el estomago ya esta acostumbrado a la inestabilidad proporcionada por cambios de estado mental.
Suena el teléfono. Idiota. Dice que lo llame para contarle algo. Que espanto. Ahora supone confianza necesaria como para andar contando cosas como si a ella realmente le importara. Y no sabe que a ella su recuerdo le revuelve el estomago. Quizás sea por eso que hace días que no come, que prueba dos bocados y se siente llena, pesada, y no puede ni probar algo más.
Vuelve a sonar el teléfono, histérica agarra sus cosas y sale. La espera el otro, ese motivo de noches durmiendo poco. (No comer, no dormir, cada uno tira un poco). Aquel es tan hermoso que no entiende como. Y le habla sincero de cualquier cosa, de una estrella fugaz que vio pasar, y ella la imagina, reproduce y le pide un deseo que no se cumplirá. El mensaje de aquel que no la deja comer pasa por su mente y siente un deseo tan grande de abrazar a quién esta sentado a su lado que el no poder hacerlo la hace querer llorar con rabia. Maldita impotencia, a veces falta de suerte, maldita falta de sentimientos recíprocos. Querer quedarse allí abrazada, o acostada con la cabeza sobre su pecho, allí tan segura, feliz, tontamente feliz. Pero pasan los minutos y el tiempo se escapa. Se le escapa entre la nada que avanza y cuando se quiere acordar esta en su cama sin poder dormir.
El martes tuvo que verlo. Al que dejó el mensaje. Palabrerío empalagoso. Nauseas, suerte que no había almorzado. Mareo momentáneo, sentir que la presión desciende peligrosamente y que puede caer. Una mano sudada que busca su cuerpo y ella un segundo paralizada, una rabia desde adentro, una furia desde el pecho, y la mano estúpida que la recorre a su gusto, sin preguntar, sin pedir permiso, sin una mísera gota de sensatez, aquellos dedos que caminan y un palabrerío meloso en el oído que pretende ser algo que no es, que quiere parecer, merecer, máscara boba que cae fácil, tan mal preparada que da más asco, ni siquiera la delicadeza de una delicada confección. Y la mano que avanza, de pronto arrebatada, sacudida. Ella parada de un salto y él retrocediendo con la mirada rara. Ella tan extraña que no se reconoce ni en sus pasos, agarrando de pronto lo más cercano y tirándolo sobre él. Un liquido rojo, extraño, que la salpica, mirarlo como una niña, pensando que es una tinta que chorrea sobre su camina sin mirar al otro tirado en el piso. Con naturalidad escandalosa salir caminando, tomar el colectivo de vuelta y llamar a aquel que la desvela para discutir cualquier teoría filosófica.