26.9.06

Nunca y siempre


Sos hermoso. Pero no eres para mi. Siempre sentí que no te merecía. Que me rechazarías. Era inútil intentar acercarme a vos. Tan hermoso, perfecto, ¿qué podías llegar a ver en mi? Más chica, más insegura, con menos cosas que decir. Quizás en realidad no estabas tan lejos, pero yo lo veía así. A años de distancia. A mil sueños de ser real. Y te escribía las palabras más lindas que era capaz de hacer salir de mi boca. Las escribía con suma delicadeza cuidando cada palabra especialmente elegida, y a la vez con la precaución de mantenerte anónimo. Ningún indicio. Ningún dato que hiciera obvia tu identidad. Hasta convertirte casi en un personaje, en un invento mío.
A él lo conocí de casualidad. Nos gustaba hablar de esas cosas que uno no encuentra oportuno hacerlo con cualquier persona. Confiaba en él, y supongo, él en mi. Caminábamos por calles llenas de gente pero no los escuchábamos. Nos sumergíamos en conversaciones sobre algún arte en particular dependiendo de las circunstancias la elección de éste.
Él me habló de ella. De haberla olvidado y de cómo le costo hacerlo. Yo no estoy segura si te nombre. Intuyo que no lo hice. En última instancia le mencione a “alguien” sin entrar en detalles. Porque en definitiva nosotros no éramos nada. No lo éramos y sin embargo para mi siempre fuiste lo más importante. Te veía y fingía indiferencia. Pero si me hablabas tenía motivos para sonreír varios días seguido y nadie sabría porque. Era mi secreto. Y lo guardaba muy dentro mío, intacto. Debí haber tenido el coraje para gritártelo en la cara. Pero nunca pude. Te quería demasiado como para arriesgarme. Simplemente no pude.
Con él seguíamos saliendo, la pasábamos bien juntos. No estoy muy segura como fue pero pronto salíamos más seguidos, me llamaba más y estábamos cada vez más cerca. Llego el día en que me robo un beso que deje que robara, en que lo abrace fuerte y me dijo que me quería. No hay más detalles. No hay más que decir al respecto.
Me dolían los músculos de la cara al sonreír. Me temblaba la voz cuando le decía que lo amaba. Y lo decía despacio, con vergüenza. Me dolía la espalda. Llevaba atrás una carga muy pesada, casi imposible de soportar. Casi. Porque la soportaba.
Te seguía viendo. Un día él me vino a buscar y lo conociste. Después siempre que me veías me preguntabas por él. Y sonreías cuándo yo decía que estaba todo bien. Me sonreías cariñosamente. Yo que había fantaseado con verte celoso, estaba allí parada frente a vos que te alegrabas por verme feliz.
Pasó el tiempo. La carga se hacía más pesada. Sentía una puntada en el pecho cada vez que estaba con él. No se merecía que pensará en vos. Pero yo no sentía merecer tenerte. Una tarde te vi con ella. Era alta y simpática. Se veían bien juntos, todos lo decían. Y a mi me destrozaba verlos pero sonreía cada vez que lo hacía y fingía felicidad por verte bien. Me hacía mal verte, así que empecé a verte menos. Hasta casi no verte. Un intento frustrado de olvidarte. Pero era un intento.
Un día me desperté llorando después de soñarte. Lo deje a él. Me fui del departamento en el que en ese entonces vivíamos, dejé vacío el lado de mi cama. No le di las explicaciones que merecía. Solo palabras absurdas para evitar el momento. Solo oraciones inconclusas para no permanecer callada.
Me fui a vivir sola. Estudié, conseguí trabajo. Hice nuevos amigos, nuevas rutinas. Vacíe cajas viejas llenándolas de nuevas cosas y nuevos sueños. Rescribí objetivos e ideas una y otra vez. Un día imprevisto, a una hora no acordada, en un lugar no pactado, te vi. Me acerque dudando, me viste y sonreíste. Nos sentamos en el banco de una plaza. Era otoño y las hojas de los árboles en el suelo nos ofrecían un decorado bello pero a la vez melancólico. El cielo de un celeste pálido sobre nosotros. Y tus ojos, tristes, pero brillosos como siempre. Los mire un momento antes de preguntarte como estabas. Hablamos poco. Mencionaste tu reciente casamiento, la nueva casa, y otras cosas que no escuche o no quise escuchar. Me miraste y nos miramos un momento. Te abrace. Y me quede abrazada a vos un momento, el que necesitaba para recomponer mi alma después de tanto tiempo de desearte. Me tomabas con fuerza, y entonces lo supe, no necesitaste decirlo, supe que me amabas. Me desprendí de vos lentamente y te volvía a mirar. Tenías ahora los ojos empañados de lágrimas. Me levante despacio y camine sobre las hojas del suelo que hacían ruido al pisarlas. Y te quedaste inmóvil viendo como me alejaba. Ni una palabra más. No te volví a ver. Pero hoy no me duele no verte. Porque yo aún vivo en ese abrazo que me diste. Vivo en ese instante y no necesito vivir más. Ahora que los pies me duelen recuerdo mis pasos sobre las hojas de otoño. Recuerdo mis manos suaves que no te acariciaron lo suficiente. Pero sé que me amaste y que puedo morir en paz.

Frío


¿por qué me miras? ¿por qué me seguís mirando? Ahí, tan quieto e inútil.
Yo te hubiera entendido, solo tenías que hablar. Era tan sencillo que te odio por no haber hecho nada. Odio tu silencio, tu fragilidad. Quisiera pegarte para que reacciones y me pegues. Quiero que me grites. ¡Gritame! Decime que estoy loca, confundida, que no hago más que mezclar las cosas.
Vos lo sabes. Sabes que te amo como a nada en el mundo. Sabes que sos lo más lindo que tuve. Quiero que me reproches todos mis errores. Que me refriegues en la cara las veces que me equivoque. Reíte de mi con descaro, de mis defectos, de mis partes más vulnerables. Golpeame, sacudime, atame para que no vuelva a hacer ninguna estupidez.
Era miércoles y yo caminaba por la calle. Pase por el bar y te vi con ella. Se veían tan felices. Te reías como no te veía reír hace mucho. Y ella... Ella estaba hermosa, esplendida, con su cabello rubio que le brillaba. Y vos te perdías en sus ojos, te ahogabas en su mirada. Te mire, una lágrima roja cayó por mi mejilla mientras otras parecían acumularse en la frente haciéndome transpirar. Mis manos temblaban. El sobre que tenía en la mano estaba húmedo con mi transpiración. Finalmente callo al piso, con una noticia no recibida adentro y una parte de mi corazón. Corrí por la calle torpemente. El sobre papel madera quedo perdido en el suelo. Se lo abra llevado el viento, o habrá sido barrido como una basura más. Una basura. Eso te grite que eras apenas entraste al departamento. Grite tan fuerte que no podía escuchar ni mis propios pensamientos. Estabas asustado, me mirabas temeroso sin decir nada, sin que ninguna palabra saliera de tu boca. Y lo que no decías debía decirlo yo. “¿Con ella?” “¿Desde cuándo?” “¿por qué?” “¿¡Como me haces esto!?”. Preguntas que no llegaste a responder. ¿por qué? Te odio por no hablar, por no gritarme, por no hacerme reaccionar, por no explicarme. Te quedaste allí inmovilizado por el miedo mientras yo me abalanzaba sobre vos. Y ahora estás tan quieto, tan inútil. Ella llamó para dar las explicaciones que no diste. Hablaba acelerada como quién sabe que no hay mucho tiempo. Presentía, intuía, sin embargo habló tarde. No era ella la que tenía que hablar. No era ella la que debía decirme que no era nada. Yo le creí, pero ya no me servía. Al contrario, hubiera preferido no creerle para no sentirme ahora como me siento, que por cierto no se como es exactamente. Bronca. A vos. Que no impediste que cometiera una locura. ¿por qué no me gritaste que me amabas? Sabías que si lo hacías no me hubiera atrevido, hubiera dejado caer el cuchillo y dejado caerme a mi en tus brazos. Y yo entre todo lo que grite debí haberte dicho que te amaba, espero, lo supieras.
¿por qué me miras? ¿por qué me seguís mirando? Pálido y quieto con los ojos bien abiertos. Tu mirada antes cálida ahora es fría y oscura. Tu mirada que antes me llenaba el alma, ahora me la destroza. ¿por qué no dijiste nada? Dejaste que me quedará sola, que nos quedáramos solos. Y seguramente veré en sus ojos los tuyos y no sabré que decirle cuando pregunte por vos.

La Tristeza


El lunes se levanto más triste de lo normal. Saludo a su esposa que le contesto un “buenos días” sin siquiera mirarlo. Más tarde llegaban los clientes. O deberían haber llegado. El negocio, desierto, lo deprimía aún más. A las ocho de la noche cerro la puerta con las dos llaves, las guardo en el bolsillo y se dirigió a su casa. Saludo al diariero que le contesto con una mueca. Siguió caminando por las calles llenas de gente y a la vez tan vacías. Pregunto la hora y obtuvo un apresurado “ocho y cuarto”, al pasar y sin mirarlo. Los pasos rápidos, firmes y ajenos se contraponían a los suyos, cansados y pausados que no se oían. Maletines que golpeaban contra su cuerpo. Miradas que no lo veían, orejas que no lo oían. Como si no existiera. Llegó a su casa, su esposa ya se había acostado. Revisó una agenda en blanco, un buzón vacío y un contestador sin mensajes. “¡Quién va a llamar!” murmuro mientras en vano lo revisaba. Prendió el televisor y miró noticias ajenas. Lloró por historias que no le pertenecían, rió de alegrías que no lo incumbían. Pasaba la hora y su angustia crecía. Un vacío en su interior amenazaba con volverlo loco.
El martes a la mañana su esposa se levantó, puso la pava a calentar y se sentó en la mesa de la cocina. Se hicieron las diez de la mañana y de mal humor fue a despertar a su marido. “Te quedaste dormido” le grito en el oído sin mirarlo. “Levántate” grito inútilmente a su lado. Tardo en mirarlo y cuando lo hizo soltó un grito de horror. Lo sacudió unos segundos hasta que supo que ya era inútil. A las once llego la policía para hacer las preguntas de rutina. Once y cuarto ya lo habían olvidado. Nadie pronuncio su nombre. No hubo clientes que preguntaran por su ausencia, solo un cartel -inútil, que nadie leía- anunciaba “cerrado por duelo”.

Tormento


No piense que lo olvidé. Sabe bien que ni usted ni yo lo olvidará jamás. Convivo con el tormento de ese recuerdo. Supongo que a usted le ocurre lo mismo, y que al despertar siente dolor. Y hasta me atrevería a adivinar que llora por las noches. No crea que no me da culpa. No me recuerde cómo una mujer fría. Sabe bien que mi alma nunca descansará en paz.
Sin embargo presiente que hicimos lo correcto. Considera que fuimos obligados por las circunstancias. Tal vez yo exagere pero desde aquella noche no he podido dormir bien, ni tener sueños agradables. Por el contrario me sumerjo en horribles pesadillas y cualquier sonido me despierta. Como si no estuviera durmiendo por completo, y siempre algo de mi vigilara la puerta. Dirá que soy una maniática, quizás desde siempre lo piense. Pero no puedo evitarlo, el recuerdo no me deja tranquila.
De todos modos quiero informarle que ya lo tengo bastante dominado. He pasado por momentos difíciles en los que intenté olvidar evadiéndome. Pero como le habrán hecho saber ya me encuentro mejor. Sin embargo...
Yo no lo culpo, no valla a creer eso. Aunque a veces pienso que las cosas podrían haber sido diferentes. Seguramente usted también lo piensa e imagina como serían las cosas ahora. Y sabe que es tarde para lamentarse y para cambiar el pasado. Ese atormentador pasado que aunque sea lejano aún hoy no me deja en paz.
Quisiera empezar de nuevo, olvidar lo sucedido. Eso es lo que usted intentó, pero no creo que lo haya conseguido. Escaparse no es la solución, puede irse lejos y no verme más pero en su cabeza sigo existiendo. Y no puede cambiar el pasado, ni tampoco olvidarlo aunque yo lo he intentado. Y como ve no pude. Pero necesito de alguna manera cerrar esta historia porque ya no puedo continuar.
No sé como habrá hecho usted para continuar tantos años. Intento imaginar que pensará pero no lo comprendo. Me dejó tan sola, y sin embargo veo su rostro en la oscura habitación cada vez que la casa queda en silencio. Escucho unos pasos y creo que ha regresado.
Cuando pronuncio su nombre despacio, casi en un susurro, no puedo evitar que una lágrima caiga por mi mejilla.
Esta mañana desperté feliz, después de tanto tiempo pude dormir. Tuve un sueño agradable en el que no estaba y sentí que por fin todo había terminado. Siento finalmente que aunque no pueda olvidar lo sucedido, esto ya quedo cerrado. Siento mucho haberlo matado, pero era la única manera de dejarlo atrás.